Por Seth Shostak, Astrónomo Senior.
Traducido por Lourdes Cahuich.
El presidente Trump lo ha llamado un "virus extranjero", pero ¿podría la pandemia actual ser considerablemente más extranjera de lo que piensa el presidente de los Estados Unidos? Algunos académicos han argumentado que tales plagas podrían ser intrusos del espacio.
Todos los días, alrededor de 100 toneladas de polvo cósmico llueven sobre la Tierra, arrastradas a medida que nuestro mundo da vueltas alrededor del Sol. El polvo consiste principalmente en partículas muy pequeñas e invisibles, aunque cualquier cosa tan grande como un grano de arena puede destacarse como una estrella fugaz cuando se enciende al atravesar la atmósfera superior.
Un pequeño grupo de científicos de la Universidad de Cardiff ha mantenido durante mucho tiempo que, al menos una parte de esta implacable tormenta de polvo, no es simplemente material inorgánico proveniente de cometas fragmentados o pedazos de roca arrancados de planetas en otros sistemas estelares. También contiene microbios que pueden y causan enfermedades aquí en la Tierra.
Los académicos insisten en que esta es una idea seria de ciertas personas inteligentes. La panspermia o la idea de que la vida que se extiende a través del espacio, fue célebremente defendida hace casi medio siglo por el conocido cosmólogo de Cambridge, Fred Hoyle. Desde la muerte de Hoyle, Chandra Wickramasinghe, ex colega de Hoyle y astrobiólogo que ahora se encuentra en la Universidad de Buckingham, ha seguido promoviendo la idea de un vector extraterrestre para patologías terrestres. En 2003, Wickramasinghe y sus colegas publicaron un artículo en The Lancet (la prestigiosa revista médica británica) que sugiere que el virus del SARS podría haberse originado más allá de nuestro planeta.
Esto puede sonar como una historia de “La Dimensión Desconocida” (o "The Twilight Zone) pero la premisa, al menos es defendible: los cometas en desintegración y los asteroides al colisionar, esparcieron pedazos de material por todo nuestro sistema solar. Algunas partículas pueden venir de más lejos: cuando grandes meteoritos chocan contra un planeta, el impacto a alta velocidad lanza una nube de escombros, la mayor parte de éstos cae rápidamente al suelo, pero algunos pueden elevarse con una velocidad suficiente para escapar hacia el espacio. Allí vagarán para siempre, a menos que por accidente, choquen con otro objeto.
Los defensores de la panspermia sostienen que esta fina niebla de material no es del todo benigna. No solo trajo el SARS a la Tierra, sino también la enfermedad de las vacas locas y la influenza de 1918.
El atractivo exótico de esta idea (una encarnación de la vida real de la "cepa de Andrómeda" de Michael Crichton) se opone a la hipótesis menos sensacionalista de la mayoría de los biólogos, que creen que los científicos de Cardiff simplemente confunden la actividad terrestre con la actividad extraterrestre. En 2017, un cosmonauta ruso afirmó que había microbios de otro mundo en la Estación Espacial Internacional; el cosmonauta dijo que al limpiar la EEI se encontraron bacterias que no estaban presentes antes del lanzamiento. De ser cierto hubiera sido una evidencia real de panspermia, pero la afirmación se debilitó cuando los expertos señalaron que muchas bacterias terrestres habrían sido enviadas inevitablemente al espacio, cuando el hardware de la EEI fue lanzado y que el cosmonauta simplemente había limpiado la contaminación terrestre.
Dejando de lado estas dudosas afirmaciones, también existe un problema fundamental con este concepto de la enfermedad que viene del espacio: los microbios y virus patógenos tienen una "comprensión" íntima de la biología en la que intervienen. El plan de juego de los virus es controlar la maquinaria celular para hacer copias de sí mismos, lo que está en exquisitamente sintonía con la química específica de la vida terrestre, la cual es en sí misma el resultado de miles de millones de años de evolución. Pensar que los organismos de otros mundos (mundos en los que el ADN podría no existir) serían capaces de manipular con éxito nuestras células, es como suponer que la llave de una casa en EE.UU. abriría una puerta aleatoria en el Tíbet.
Es incongruente pensar que millones de personas pueden ser afectadas por fragmentos de biología que no provienen de la Tierra. Es una idea con baja probabilidad de ser cierta, por más aterrador que pueda ser, no es probable que el coronavirus sea un invasor espacial. Es un compañero terrícola.